Los
impuestos se han convertido en parte esencial de los estados modernos, pero no
en todos los estados la presión fiscal es similar. Este hecho lleva a que, en
un mundo globalizado, aquellos que pueden elegir donde tributar por gozar de
medios materiales, o porque su actividad se lo permite, o porque tienen acceso
a los conocimientos necesarios para ello, opten por pagar impuestos en aquel
lugar que les ofrece menor tributación. Esto no supone cometer un delito.
Se
nos educa en la creencia que quien no contribuye fiscalmente con lo que el
estado establece como justo es un insolidario y debe ser perseguido. Sin
embargo, la solidaridad se basa en la libertad, que es lo contrario de la coacción
en la que se basan los impuestos.
Muchos
estados someten a sus poblaciones a una excesiva e injusta tributación para
mantener servicios públicos no esenciales, los cuales en muchas ocasiones
compiten deslealmente con la iniciativa privada. Mientras, por otro lado,
conceden periódicamente amnistías fiscales para intentar repatriar los fondos
de quienes han podido evitar el pago de dichos impuestos.
Esto
ha ocurrido siempre y en todos los países. En España desde la democracia vamos
por la tercera -si mi memoria no me falla- aprobadas por gobiernos de todos los
colores. Países como Italia, Alemania, Bélgica o Grecia han adoptado en los
últimos años iniciativas similares.
Las
amnistías fiscales, por mucho que se nos diga ahora lo contrario como
consecuencia de los escándalos políticos, borran todo ilícito fiscal. Es
consustancial a ellas mismas. Así se configuró la ultima amnistía fiscal
aprobada mediante en el Real Decreto-ley 12/2012. Tras ella, quienes hayan
regularizado su situación tributaria no podrán ser acusados de delito fiscal,
ya que presentaron la correspondiente declaración complementaria y pagaron lo
que se estableció legalmente.
Ahora
bien, la cuestión no es si el dinero es blanco o negro, ese debate está cerrado
gracias a la amnistía fiscal. Desviar el debate a ese punto es una cortina de
humo. Lo realmente importante es el origen del dinero. Determinar si para conseguir esos fondos se cometió algún
tipo de delito, como pudiera ser la prevaricación o el cohecho. A ese fin es al
que se han de destinar todos los mecanismos del estado de derecho.
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