Esta
semana la Comisión de Justicia del Congreso de los Diputados ha aprobado el
proyecto de Ley por el que se generalizan, e incrementan, las tasas judiciales.
Así a partir de ahora casi todo el que tenga que acudir a los tribunales, además
de los costes que ello ya suponía (Abogado, Procurador, Peritos, etc.), tendrá
que pagar un impuesto.
Hasta
ahora estas tasas solo las pagaban las empresas que tenían una facturación
superior a ocho millones de euros, sin embargo ahora solo estarán excluidas las
demandas de los trabajadores ante los Juzgados de lo Social, los pleitos de
escaso importe, hasta dos mil euros, y los de las personas a las que por falta
de ingresos se les reconozca el beneficio de la justicia gratuita.
La
injusticia de la nueva tasa se debe a que no atiende a la capacidad económica
de quien tenga que pagarla, si no que se fija en virtud del supuesto coste del
servicio. Coste que tenemos que creer como dogma de fé, ya que el Ministerio de
Justicia no ha ofrecido dato alguno sobre su cálculo.
La
justificación que el Ministerio da para la generalización e incremento de estas
tasas es la de evitar la “artificiosa litigiosidad que satura los juzgados”. De
incrementar la recaudación nada se dice.
Desde
mi punto de vista la saturación de los órganos judiciales se ha de solucionar
desde la adecuación de las leyes procesales a la realidad social actual, ampliando
las facultades de los jueces para la inadmisión de las demandas y querellas
carentes de la suficiente motivación, incrementando los supuestos de imposición
de costas a quien litigue con mala fe y temeridad, e instaurando una autentica justicia
rápida tanto en el orden penal como civil para casos menores, pero que no por
ello deben quedar fuera del acceso a los tribunales, al estilo de los antiguos
juzgados de distrito.
En
cualquier caso, no se puede restringir el acceso de los ciudadanos a la Justicia
con la excusa reducir la litigiosidad por cuanto ello atenta contra el derecho
a la tutela judicial efectiva proclamado en la Constitución. Además supone una
merma a la seguridad jurídica, uno de
los pilares fundamentales de un estado de derecho moderno, y que se materializa
en la posibilidad de acudir a los tribunales para pedir que se respete el
ordenamiento jurídico siempre que se crea vulnerado.
(Artículo publicado en Levante de Castellón el 3 de noviembre de 2012)
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