miércoles, 21 de enero de 2009

La inversion en I+D y la crisis

Van a permitirme, nuevamente, que la crisis que nos azota me aparte de los temas estrictamente jurídicos y me centre en los de contenido económico, inseparables de los otros, para los que nos dedicamos al mundo de la empresa.

Mucho se esta hablando del modelo económico de España y de sus carencias. Sin duda, en él habrá que buscar, si no toda la culpa de la crisis, al menos el hecho de que nos pueda afectar más que a otros países, o que pueda durar más aquí. Para ello, y aunque en este tema, como en otros muchos, las comparaciones son odiosas, nada mejor que compararnos con lo que hacen nuestros socios europeos.

Digo esto porque hace unos días cayeron en mis manos unos datos de la inversión en I+D de Austria, y casi me echo a llorar de envidia.

Allí la inversión en I+D supone nada menos que un 2,63% del Producto Interior Bruto, es decir del valor de todo lo que produce en el país en un año, casi nada. En España, según la OCDE, sólo invertimos un 1,2% (datos de 2007 cuando se suponía que no había crisis).

Y lo mas significativo es que esa inversión allí se hace mayoritariamente por parte de las empresas privadas (el 48,6%). Y la pública no se hace de forma directa, si no a través de la concesión de líneas de financiación para la inversión en I+D privada.

Pero esto no fue siempre así ya que en 1997 la inversión en I+D austríaca sólo llegaba al 1,7% del PIB (aun así ya era más importante que la de España hoy). ¿Cómo se ha conseguido esto?. Pues concediendo importantes deducciones fiscales a la inversión en I+D.

En el país transalpino las empresas se pueden deducir de su Impuesto de Sociedades, por cada euro invertido, 1,25 euros ó 1,35 euros, es decir, todo el euro invertido y algo más (el 125% o el 135% del gasto en I+D, en función del porcentaje del impuesto al que estén sujetos). En España, la deducción por inversión en I+D va del 10% al 30%, según en que se gaste el dinero, no pudiendo exceder, en total, del 35% de lo que se tenga que pagar a Hacienda. Es decir, que por cada euro invertido la empresa sólo se deduce el como máximo 35 céntimos de euro.

Y no es que los gobiernos austríacos sean muy generosos, sino que piensan que lo que no cobran ahora a las empresas por esas inversiones ya se lo cobrarán y con creces cuando alguna de las lineas de investigación abiertas dé resultado positivo, generando elevados beneficios a la empresa descubridora por los que pagará sus impuestos.

Junto a lo anterior, se iniciaron programas para promover el “reclutamiento” de personal investigador extranjero. A éstos se les abonan los costes de traslado y alojamiento y se les dan ventajas fiscales. Todo ello ha conseguido colocar a un país con tan sólo 8,3 millones de habitantes entre los líderes tecnológicos europeos y una de las grandes economías mundiales.

La inversión de un país en I+D es importante por su alta rentabilidad a largo plazo, así como porque supone una fuente de valor añadido y diferenciación para los productos de las empresas. Eso lleva a que los compradores de esos productos estén dispuestos a pagar más por ellos, lo que en momentos como los actuales permite a las empresas seguir vendiendo y evita la dependencia de un sector concreto o del extranjero, como ocurre en España.

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